miércoles, febrero 18, 2015

MONÓLOGO DEL BIEN

MONÓLOGO DEL BIEN
de Augusto Monterroso


"Las cosas no son tan simples", pensaba aquella tarde el Bien, "como creen algunos niños y la mayoría de los adultos." "Todos saben que en ciertas ocasiones yo me oculto detrás del del Mal, como cuando te enfermas y no puedes tomar un avión y el avión se cae y no se salva ni Dios; y que a veces, por lo contrario, el Mal se esconde detrás de mí, como aquel día en que el hipócrita Abel se hizo matar por su hermano Caín para que éste quedara mal con todo el mundo y no pudiera reponerse jamás." "Las cosas no son tan simples".

martes, febrero 17, 2015

ACEFALIA de Julio Cortázar

Cuento: ACEFALIA





JULIO CORTÁZAR
A un señor le cortaron la cabeza, pero como después estalló una huelga y no pudieron enterrarlo, este señor tuvo que seguir viviendo sin cabeza y arreglárselas bien o mal. En seguida notó que cuatro de los cinco sentidos se le habían ido con la cabeza. Dotado solamente de tacto, pero lleno de buena voluntad, el señor se sentó en un banco de la plaza Lavalle y tocaba las hojas de los árboles una por una, tratando de distinguirlas y nombrarlas. Así, al cabo de varios días pudo tener la certeza de que había juntado sobre sus rodillas una hoja de eucalipto, una de plátano, una de magnolia foscata y una piedrita verde. Cuando el señor advirtió que esto último era una piedra verde, pasó un par de días muy perplejo. Piedra era correcto y posible, pero no verde. Para probar imaginó que la piedra era roja, y en el mismo momento sintió como una profunda repulsión, un rechazo de esa mentira flagrante, de una piedra roja absolutamente falsa, ya que la piedra era por completo verde y en forma de disco, muy dulce al tacto. Cuando se dio cuenta de que además la piedra era dulce, el señor pasó cierto tiempo atacado de gran sorpresa. Después optó por la alegría, lo que siempre es preferible, pues se veía que, a semejanza de ciertos insectos que regeneran sus partes cortadas, era capaz de sentir diversamente.
Estimulado por el hecho abandonó el banco de la plaza y bajó por la calle Libertad hasta la Avenida de Mayo, donde como es sabido proliferan las frituras originadas en los restaurantes españoles. Enterado de este detalle que le restituía un nuevo sentido, el señor se encaminó vagamente hacia el este o hacia el oeste, pues de eso no estaba seguro, y anduvo infatigable, esperando de un momento a otro oír alguna cosa, ya que el oído era lo único que le faltaba. En efecto, veía un cielo pálido como de amanecer, tocaba sus propias manos con dedos húmedos y uñas que se hincaban en la piel, olía como a sudor y en la boca tenía gusto a metal y a coñac. Sólo le faltaba oír, y justamente entonces oyó, y fue como un recuerdo, porque lo que oía era otra vez las palabras del capellán de la cárcel, palabras de consuelo y esperanza muy hermosas en sí, lástima que con cierto aire de usadas, de dichas muchas veces, de gastadas a fuerza de sonar y sonar

martes, febrero 03, 2015

LA DAMA DE LUTO --- Autor: Alejandro (Argentina)


Era una noche fría de invierno había mucho viento y nevaba, ya eran alrededor de las 23:30 no había mucha gente recorriendo las calles a esa hora, camine un tiempo hasta que me decidí entrar a un bar que me llamaba poderosamente la atención, al entrar noté que era un lugar oscuro y sobrecogedor con un estilo algo antiguo, no había nadie excepto yo y el cantinero. 

Me senté en un lugar frente al espejo que daba hacia a la calle, pedí una cerveza y luego me quede mirando la ciudad vacía e inquietantemente tranquila. Recuerdo estar mirando cosas triviales como los árboles moviéndose incesantemente, los carteles de publicidad, la sombra de los edificios grises y las calles vacías con un aire de triste abandono. A todo esto llamo mi atención una mujer parada sobre una esquina al otro lado de la calle mirando de frente hacia el bar, miraba fijamente y sin moverse, me pareció raro que aquella mujer estuviera afuera a la intemperie bajo las inclemencias del tiempo, además de que por esos lugares no circulaba ningún vehiculo ni transporte debido que en las noticias 
se informo sobre la tormenta de nieve que azotaría durante todo el día la ciudad. Pero lo que mas poderosamente llamo mi atención fue que esta dama estaba vestida completamente de negro.Observe minuciosamente a la mujer durante un largo tiempo, tanto que me decidí a salir en busca de aquella, pero cuando salí del bar ella desapareció, me quede durante un largo tiempo pensando en lo que había contemplado hasta que me convencí de que era mi imaginación y volví a entrar al bar. Pedí otra cerveza, pasado un tiempo la imagen de la dama volvió a aparecer, me resolví a salir corriendo de ahí e ir en busca de aquella silueta, cuando llegué a la esquina donde estaba exactamente parada ella desapareció.


Me apresure a entrar otra vez al antro y de inmediato indagué al cantinero de forma apremiante sobre si el percibía aquella figura de la muchacha de luto y el me respondió:

Cantinero:-Aquella chica era la mujer de un hombre muy adinerado, el cual la amaba demasiado y muy intensamente, el magnate logro conquistarla, no se si con su dinero o con su parecido, pero al poco tiempo contrajeron matrimonio. El señor era feliz con su esposa y llevaba una vida a la cual casi todo su tiempo lo ocupaba ella. 
Pero los vicios empezaron a corromperlo tanto así que se tornó un hombre lúgubre, ermitaño y que se encolerizaba con facilidad.
Posteriormente decidió adquirir un crematorio el cual manejaba el mismo, además de que la inversión era buena el disfrutaba de ese espectáculo grotesco.
El esposo le consagraba mucho tiempo al negocio, tanto que podría decirse que se torno en su obsesión.
Un día llegó temprano de su trabajo, cuando entro a su casa observo una escena que lo trastorno, vio a su mujer con otro hombre en su cama, al presenciar esto en un arrebato tomo la decisión de asesinar a ambos. Consumado el acto se propuso llevarlos a la crematoria, allí quemo primero al amante, luego vistió a su mujer de luto y se preparo para quemarla también. El se coloco al lado de su mujer y gritando frenéticamente se dispuso a quemarse vivo junto con ella prometiendo que volvería en busca de su alma ya que al quemarse, ambos se harían inmortales, al hacer esto todo el lugar se torno en llamas quedando solo las ruinas del crematorio.

Yo:-Pero ¿Cómo sabes todo eso?

Cantinero:-Porque esto es “el bar las almas perdidas” o el limbo o como quieras llamarle aquí es donde vienen a parar los espíritus en busca de amparo y deambulando hasta encontrar aquello que no les permite descansar.

Yo:-¿Pero lo que estas diciendo es que yo soy aquel esposo?.

Cuando me voltee a mirar al cantinero vi que todo el lugar estaba completamente quemado y en ruinas.


Tomado de: http://www.losmejorescuentos.com/cuentos/terror1665.php  

Cuento publicado el 23 de Octubre de 2014

HAGAMOS UN TRATO --- MARIO BENEDETTI

Compañera
usted sabe
puede contar
conmigo
no hasta dos
o hasta diez
sino contar
conmigo

si alguna vez
advierte
que la miro a los ojos
y una veta de amor
reconoce en los míos
no alerte sus fusiles
ni piense qué delirio
a pesar de la veta
o tal vez porque existe
usted puede contar
conmigo

si otras veces
me encuentra
huraño sin motivo
no piense qué flojera
igual puede contar
conmigo

pero hagamos un trato
yo quisiera contar
con usted

es tan lindo
saber que usted existe
uno se siente vivo
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos
aunque sea hasta cinco
no ya para que acuda
presurosa en mi auxilio
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo.


Lee todo en: Hagamos un trato - Poemas de Mario Benedetti http://www.poemas-del-alma.com/hagamos-un-trato.htm#ixzz3Qju1Fg3z

lunes, febrero 02, 2015

FRAGMENTO: LA CARTA ROBADA

La carta robada (Fragmento)
Edgar Allan Poe

Nil sapientiae odiosius acumine nimio.
Séneca

Me hallaba en París en el otoño de 18... Una noche, después de una tarde ventosa, gozaba del doble placer de la meditación y de una pipa de espuma de mar, en compañía de mi amigo C. Auguste Dupin, en su pequeña biblioteca o gabinete de estudios del n.° 33, rue Dunot, au troisième, Faubourg Saint-Germain. Llevábamos más de una hora en profundo silencio, y cualquier observador casual nos hubiera creído exclusiva y profundamente dedicados a estudiar las onduladas capas de humo que llenaban la atmósfera de la sala. Por mi parte, me había entregado a la discusión mental de ciertos tópicos sobre los cuales habíamos departido al comienzo de la velada; me refiero al caso de la rue Morgue y al misterio del asesinato de Marie Rogêt. No dejé de pensar, pues, en una coincidencia, cuando vi abrirse la puerta para dejar paso a nuestro viejo conocido G..., el prefecto de la policía de París.
Lo recibimos cordialmente, pues en aquel hombre había tanto de despreciable como de divertido, y llevábamos varios años sin verlo. Como habíamos estado sentados en la oscuridad, Dupin se levantó para encender una lámpara, pero volvió a su asiento sin hacerlo cuando G... nos hizo saber que venía a consultarnos, o, mejor dicho, a pedir la opinión de mi amigo sobre cierto asunto oficial que lo preocupaba grandemente.
-Si se trata de algo que requiere reflexión -observó Dupin, absteniéndose de dar fuego a la mecha- será mejor examinarlo en la oscuridad.
-He aquí una de sus ideas raras -dijo el prefecto, para quien todo lo que excedía su comprensión era «raro», por lo cual vivía rodeado de una verdadera legión de «rarezas».
-Muy cierto -repuso Dupin, entregando una pipa a nuestro visitante y ofreciéndole un confortable asiento.
-¿Y cuál es la dificultad? -pregunté-. Espero que no sea otro asesinato.
-¡Oh, no, nada de eso! Por cierto que es un asunto muy sencillo y no dudo de que podremos resolverlo perfectamente bien por nuestra cuenta; de todos modos pensé que a Dupin le gustaría conocer los detalles, puesto que es un caso muy raro.
-Sencillo y raro -dijo Dupin.
-Justamente. Pero tampoco es completamente eso. A decir verdad, todos estamos bastante confundidos, ya que la cosa es sencillísima y, sin embargo, nos deja perplejos.
-Quizá lo que los induce a error sea precisamente la sencillez del asunto -observó mi amigo.
-¡Qué absurdos dice usted! -repuso el prefecto, riendo a carcajadas.
-Quizá el misterio es un poco demasiado sencillo -dijo Dupin.
-¡Oh, Dios mío! ¿Cómo se le puede ocurrir semejante idea?
-Un poco demasiado evidente.
-¡Ja, ja! ¡Oh, oh! -reía el prefecto, divertido hasta más no poder-. Dupin, usted acabará por hacerme morir de risa.
-Veamos, ¿de qué se trata? -pregunté.
-Pues bien, voy a decírselo -repuso el prefecto, aspirando profundamente una bocanada de humo e instalándose en un sillón-. Puedo explicarlo en pocas palabras, pero antes debo advertirles que el asunto exige el mayor secreto, pues si se supiera que lo he confiado a otras personas podría costarme mi actual posición.
-Hable usted -dije.
-O no hable -dijo Dupin.
-Está bien. He sido informado personalmente, por alguien que ocupa un altísimo puesto, de que cierto documento de la mayor importancia ha sido robado en las cámaras reales. Se sabe quién es la persona que lo ha robado, pues fue vista cuando se apoderaba de él. También se sabe que el documento continúa en su poder.
-¿Cómo se sabe eso? -preguntó Dupin.
-Se deduce claramente -repuso el prefecto- de la naturaleza del documento y de que no se hayan producido ciertas consecuencias que tendrían lugar inmediatamente después que aquél pasara a otras manos; vale decir, en caso de que fuera empleado en la forma en que el ladrón ha de pretender hacerlo al final.
-Sea un poco más explícito -dije.
-Pues bien, puedo afirmar que dicho papel da a su poseedor cierto poder en cierto lugar donde dicho poder es inmensamente valioso.
El prefecto estaba encantado de su jerga diplomática.
-Pues sigo sin entender nada -dijo Dupin.
-¿No? Veamos: la presentación del documento a una tercera persona que no nombraremos pondría sobre el tapete el honor de un personaje de las más altas esferas y ello da al poseedor del documento un dominio sobre el ilustre personaje cuyo honor y tranquilidad se ven de tal modo amenazados.
-Pero ese dominio -interrumpí- dependerá de que el ladrón supiera que dicho personaje lo conoce como tal. ¿Y quién osaría...?
-El ladrón -dijo G...- es el ministro D..., que se atreve a todo, tanto en lo que es digno como lo que es indigno de un hombre. La forma en que cometió el robo es tan ingeniosa como audaz. El documento en cuestión -una carta, para ser francos- fue recibido por la persona robada mientras se hallaba a solas en el boudoir real. Mientras la leía, se vio repentinamente interrumpida por la entrada de la otra eminente persona, a la cual la primera deseaba ocultar especialmente la carta. Después de una apresurada y vana tentativa de esconderla en un cajón, debió dejarla, abierta como estaba, sobre una mesa. Como el sobrescrito había quedado hacia arriba y no se veía el contenido, la carta podía pasar sin ser vista. Pero en ese momento aparece el ministro D... Sus ojos de lince perciben inmediatamente el papel, reconoce la escritura del sobrescrito, observa la confusión de la persona en cuestión y adivina su secreto. Luego de tratar algunos asuntos en la forma expeditiva que le es usual, extrae una carta parecida a la que nos ocupa, la abre, finge leerla y la coloca luego exactamente al lado de la otra. Vuelve entonces a departir sobre las cuestiones públicas durante un cuarto de hora. Se levanta, finalmente, y, al despedirse, toma la carta que no le pertenece. La persona robada ve la maniobra, pero no se atreve a llamarle la atención en presencia de la tercera, que no se mueve de su lado. El ministro se marcha, dejando sobre la mesa la otra carta sin importancia.
-Pues bien -dijo Dupin, dirigiéndose a mí-, ahí tiene usted lo que se requería para que el dominio del ladrón fuera completo: éste sabe que la persona robada lo conoce como el ladrón.
-En efecto -dijo el prefecto-, y el poder así obtenido ha sido usado en estos últimos meses para fines políticos, hasta un punto sumamente peligroso. La persona robada está cada vez más convencida de la necesidad de recobrar su carta. Pero, claro está, una cosa así no puede hacerse abiertamente. Por fin, arrastrada por la desesperación, dicha persona me ha encargado de la tarea.
-Para la cual -dijo Dupin, envuelto en un perfecto torbellino de humo- no podía haberse deseado, o siquiera imaginado, agente más sagaz.
-Me halaga usted -repuso el prefecto-, pero no es imposible que, en efecto, se tenga de mi tal opinión.
-Como hace usted notar -dije-, es evidente que la carta sigue en posesión del ministro, pues lo que le confiere su poder es dicha posesión y no su empleo. Apenas empleada la carta, el poder cesaría.
Muy cierto -convino G...-. Mis pesquisas se basan en esa convicción. Lo primero que hice fue registrar cuidadosamente la mansión del ministro, aunque la mayor dificultad residía en evitar que llegara a enterarse. Se me ha prevenido que, por sobre todo, debo impedir que sospeche nuestras intenciones, lo cual sería muy peligroso.


 Texto tomado de: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/poe/la_carta_robada.htm  allí puedes leer el texto completo